Una nueva copa camina hacia las vitrinas del Bernabéu; una nueva muesca, en esta ocasión mundialista, se talla en la siempre voraz pistola blanca; una nueva imagen se graba en la copiosa memoria de los aficionados madridistas y, lo mejor,  lo que marca el espíritu ganador de este poderoso club, un nuevo reto nace entre los blancos: ¡a por la Novena! ¡Ese es el Real Madrid!

Y si hablamos de este cuasi plácido partido, de esa manita fabricada en dos tiempos, tendré que decir que yo me quedaré siempre con ese imperial Madrid de los primeros veinticinco minutos de partido, el de los dos primeros goles del Cohete y del Pajarito y en el que parecía que los saudíes comandados por un argentino no serían capaces no de hacer cosquillas al ucraniano que vigilaba la puerta.

Tengo que pensar que tan fácil parecía la victoria que una prematura relajación permitió a los chicos de Díaz no perder la esperanza de que un posible triunfo, pero entonces llegó la segunda mitad y Fair Play Karim y, otra vez, Valverde, en perfecta asociación con Carvajal abrieron un brecha que todos sabíamos que era insalvable y aunque llegaron, otra vez, los veleidosos vaivenes fabricados por la confianza, nunca se pudieron acercar a menos de dos goles del entonces ya casi nuevamente coronado como Rey del Mundo del Fútbol y el mejor jugador del torneo Vinicius Jr, marcó un bonito gol, pícaramente arrebatado al recién incorporado Dani “Notevayas” Ceballos. 

Ya habrá tiempo de que Ancelotti reparta responsabilidades y castigos por esos tres goles recibidos, que les meta entre ceja y ceja –y él de cejas sabe– que tienen que estar concentrados todo el tiempo y que subestimar al rival, casi siempre, cuesta muy caro. Ahora hay que disfrutar este nuevo título, aunque  sea menor, y que sirva de acicate para los que quedan en disputa, el primero, la Copa del Rey.

¡Hala Madrid!