La falta de concentración,  durante toda la primera mitad, del setenta y cinco porciento de los jugadores del Madrid dejó la malísima sensación de que veríamos un tercer partido consecutivo sin goles blancos. No sé qué ocurre para que un equipo como el Real Madrid sea incapaz de jugar los primeros cuarenta y cinco minutos como Dios manda.  Por favor, dímelo tú, Carletto…, o no, porque tu cabreado careto parecía indicar que tampoco sabías por qué nuestra  supervivencia en el partido estaba en las manos de Militao, Alaba y San Courtois.

El Vinicius de los primeros sesenta minutos me hizo recordar a ese joven inmaduro, acabado de aterrizar, procedente de Río de Janeiro; Benzema, no estaba, aunque, desesperadamente, se le esperaba; Asensio divagaba,  indeciso,  entre el centro, la derecha y la izquierda –¿será seguidor de Pablo Castrado?– y Modric, Casemiro, el Pajarito Valverde, Carvajal y Mendy  parecían incapaces de hablar en español y entenderse entre ellos. Vamos, un caos que irradiaba una desalentadora sensación de impotencia. Se echó mucho de menos la pausa y los teledirigidos cambios de banda marca de la casa del francotirador alemán. 

La segunda mitad empezó casi igual, sólo que una importante diferencia: Luka Modric  salíó  del banquillo con una partitura rectificada y, poco a poco, las cosas comenzaron a cambiar…, aunque no a la velocidad que, desde el sofá, reclamábamos los tele-fans. Y fue entonces cuando, inesperadamente, apareció el  Artillero Mayor de las Baleares para hacer un enorme hueco –minuto sesenta y tres– en la muralla del bueno de Pacheco.  Lo más sorprendente fue que, sólo un minuto antes, ese mismo Asensio, regaló pase de gol a Pere Pons que se había negador, hasta ese momento, a dar a ninguno de sus compañeros. Por suerte, a Pere parece que lo iluminó –¿o ensombreció? – el fantasma del gran Pipita Higuaín y la mandó fuera. 

El golazo de Marcó inyectó “futbolina” en el resto de la delantera  y, tanto el Vini como Benzema, volvieron a estar a un  nivel compatible con su indudable talento y cayeron, para desesperación de don Mendilíbar y para tranquilidad del capo Carletto, otros dos goles (el de Karim, de penalti) que dejaron el marcador final en un muy falso 3-0. Y digo lo de falso porque para quien no haya visto el partido podrá suponer que una sufrida victoria fue un paseo militar. Más bien, y para ser justos, habría que decir que fue otra exhibición Militao, que hace que vuelva a repetir que no echo de menos a Raphael, el que fue aquel central que parecía irremplazable.

No sé es lo que pensarán Ancelotti y Cia pero con un Madrid como el de ayer no podremos eliminar al PSG.  Tampoco entiendo por qué, ayer, no se le dieron algunos minutos a Gareth Bale y algún otro más para tener a un equipo más fresco para ese crucial partido de Champions.

Y, ahora, permitidme una digresión y recordar que, el Real Real Madrid, o sea, el equipo que comanda el gran Pablo Laso, superó el escollo canario y estará, esta tarde, en la final de la Copa del Rey ante el eterno enemigo: el Barcelona de Mirotic, Kuric y Oriola. Espero que, hoy, podamos llevar otra copa más a las vitrinas del Bernabéu. En Laso y su equipazo confiamos.

¡Hala Madrid!