A lo largo de estos últimos días hemos asistido a cientos de especulaciones sobre cómo se resolvería la situación política, la cual, consumado el acuerdo entre Ciudadanos y PP, señalaba al líder del PSOE como último responsable de un eventual fracaso que nos encarrilara hacia las terceras elecciones seguidas. Parecía lo más razonable y obligado que, tras un primer fracaso y con Rajoy habiéndose asegurado  170 escaños, Sánchez se abstuviera. Ahora, consumado el segundo espectáculo de esta deleznable clase política, parece indicado plantearse si las razones de Sánchez, o más bien de su partido, para ponerse de manera tan irrazonable como arriesgada al descubierto con su empecinamiento del “no es no” residen en algo que va más allá de los cálculos prácticos de una coyuntura política determinada o de sus intereses puramente personales, o si, por el contrario, no hay un fundamento mucho más grave, más antidemocrático y más corrosivo que el tratar de hacerse con el poder en un determinado momento. Mi opinión es que el fondo de lo que vemos es mucho más negro de lo que parece, puesto que se trata más bien de otorgar cartas de validez democrática o no, y de cerrar definitivamente la puerta de la II República, la Guerra Civil y el Franquismo, es decir, de culminar la Transición definitivamente en vez de dinamitarla.

Por dos veces el PSOE se ha encontrado en la tesitura de tener que decidir entre mantener su línea montaraz y rencorosa de no aceptación del PP como participante legítimo y pleno del juego democrático o, por el contrario, arrinconar ese rencor guerracivilista y a quienes lo siguen manifestando con asquerosa virulencia, que son los partidos de extrema izquierda de distinto pelaje que todos conocemos. La elección no era fácil, sobre todo después del enorme esfuerzo del irresponsable Zapatero y su grosera ley de manipulación histórica, cuyo objetivo era y es mantener viva la idea de que, en España, toda la derecha es directa heredera del Franquismo, razón por la cual sólo se le puede conceder, en el mejor de los casos y con gran esfuerzo y mayor indulgencia, el privilegio de no ser aniquilada, pero desde luego se le deniega el derecho a ser reconocida como un participante legítimo y libre de deudas con derecho pleno en ese juego democrático anteriormente aludido. 

Por enésima vez vuelve el PSOE a dejar pasar la ocasión para asociarse con la decencia. Resulta paradójico y realmente irritante que un partido que se ha cargado a lo largo de su historia de tantas actuaciones antidemocráticas sea quien parezca tener la patente de repartidor de legitimidades democráticas. Y más irritante aún resulta que concedan más carga de legitimidad a partidos que desprecian la Constitución y se saltan la ley –o que directamente son totalitarios en sus planteamientos teóricos y prácticos– que a quienes llevan cuarenta años compartiendo con ellos este, por otra parte repugnante, régimen partidocrático. Porque de esto es de lo que se trata. Si el PSOE hubiera optado por, dada la coyuntura, hacer un gobierno a tres con PP y C’s, o al menos dejar a los dos últimos maniobrar, lo que ellos mismo sienten que estarían haciendo es algo de mucho mayor alcance, es decir, estarían concediendo definitivamente esa legitimidad a la derecha que a lo largo de estos cuarenta años le han denegado. Por esto, el asqueroso discurso guerracivilista de Podemos y los republicanos catalanes, descalificando incluso la presencia en el parlamento de los diputados del PP, no es sino la manifestación explícita de lo que tácitamente alimenta, y ha alimentado siempre, las posiciones del PSOE. Y ante la grave circunstancia de tener que elegir entre la razón, la decencia y la legitimación del oponente, por un lado, y la renuncia a la savia que le da sentido de existencia, por el otro, ha optado por lo segundo. Era mucho pedir que quienes alimentan el rencor fueran precisamente quienes cerraran la puerta. El PSOE no se puede permitir tomar una decisión que legitime a la derecha porque, sencillamente, perdería la razón de su existencia.

Quizás haya quienes piensen que todo lo anteriormente mencionado no entra en juego a la hora de decidir, o que al menos no lo hace en la misma medida que las ambiciones personales de Sánchez o las ansias de poder  de sus satélites y los intereses específicos que la situación demanda en cada momento. Yo, sin embargo, estoy convencido de que si realmente no fuera lo anteriormente mencionado lo que nutre a ese partido, quienes tienen responsabilidad en el mismo habrían parado los pies a su líder, y ya no tanto para evitar una situación irracional y sectaria como para aprovechar la ocasión de dar carpetazo definitivo a nuestro pasado más tenebroso y, de paso, arrinconar a los verdaderos totalitarios de una vez por todas. No lo harán, porque, en realidad, estos últimos no son sino sus pares, pero sin disfraz.