Hay algunas personas que nacen con un aura especial que las protege, de manera que, independientemente de lo nefasto y pertinaz de su manera de proceder y de los resultados negativos que ocasionen, son aceptadas por la mayoría como perfectamente válidas, si es que no incluso ensalzados como referentes, de manera para mí incomprensible. Algunas veces es porque sí y otras porque se supone que quienes pudieran sustituirlas serían peores, tratándose en este caso de la solución del mal menor (acuérdense de Rajoy, sin ir más lejos). En ocasiones, se amplía de forma bidireccional la injusticia, como por ejemplo cuando, establecido un grupo de convivencia obligada, quien tiene a los demás acostumbrados a una manera de desenvolverse habitualmente solidaria y generosa es señalado negativamente con gran énfasis por los demás cuando puntualmente pueda cometer falta, en derroche de injusta exigencia, mientras que quien es asumido en general como insolidario permanente es aceptado por la fuerza de la costumbre, porque, se entiende, la persona en cuestión “es así” de forma natural y casi involuntaria, y por lo tanto no puede evitar serlo; o sea, ese típico “bueno, ya sabemos cómo es fulanito…”. La doble vara de medir, en suma.

Una de esas personas que parece tener otorgada de manera general la libertad para el empecinamiento en el error es, sin ningún género de dudas, Florentino Pérez, a juzgar por la cohorte de aduladores y encubridores que le está saliendo últimamente, que parece que el ejército anti-Relaño se está organizando poco a poco. Los despropósitos de FP ya han sido tratados en muchas ocasiones por aquí. De entre ese mareante rosario de dislates que ha cometido durante los últimos  tres años, lo que más rechazo ocasiona es la carga de injusticia y el componente errático de los mismos. Siendo estos hechos reprobables por sí mismos, no es tanto su propio carácter y el juicio de valor que los mismos nos sugieran lo que tiene mayor transcendencia, sino las consecuencias que se derivan de los mismos. Cada uno de ellos ha traído tanta corrosión que dan como resultado un club a la deriva cuyo perfil se resume en la completa ausencia de criterio definido (que no sea la de los escasísimos títulos obtenidos, lo que en sí es paradoja de mucha risa teniendo en cuenta el número acumulado). Así, igual que primero alimenta a los Ultra Sur durante años, los echa del campo porque le conviene alimentar/neutralizar a sus sustitutos; igual que amplía el contrato de Mourinho en junio, al calor del súbidón del título correspondiente, lo echa del club seis meses más tarde, y luego repite una historia parecida con Ancelotti, que de ser el entrenador ideal para el Madrid tras ganar la bendita/maldita décima, pasa a tener que hacer las maletas y largarse con la saca llena, que no pasa na, que es pólvora del rey; igual que un día nos aburre con su letanía de ronroneo continuo recordándonos qué grande es Casillas –ese símbolo–, al mes siguiente tenemos al topo fuera del club. Y así podríamos seguir recordando sus disparatadas decisiones, todas ellas siempre determinadas por una de estas dos razones que las explican: la euforia de un título conseguido y el cálculo de la popularidad que él mismo pueda ganar o perder, es decir, la inconsistencia errática y la mezquindad egoísta. Y ahora, con la inminente renovación de Sergio Ramos, volvemos a asistir al enésimo espectáculo.

Como apuntábamos anteriormente, creo que no interesa tanto el análisis y valoración del hecho en sí como el cálculo de las consecuencias que el mismo va a suponer. Aun así, es obligado detenerse en las condiciones en las que, según anuncia la prensa, se va a producir el dislate. Parece ser que el lunes que viene, que algunos llamarán de Ramos pero que aquí denominaremos de Pasión por la que se nos avecina,  el chantajista Anti-Mou va a cumplir sus deseos, que era ver alimentado su insaciable ego y engordada su cartera reventona. Y así, además de montarle el numerito mediático imprescindible para que el chico se sienta valorado como él cree merecerlo, le van a sacudir con 10 millones, 10, al año para que lo podamos disfrutar en su cuesta abajo hasta que se nos convierta prácticamente en abuelo, que es lo que será para el año 2020, límite  de su nuevo contrato. Qué valor tiene Ramos como jugador es algo que, como con cualquier otro caso, es discutible. Sí es cierto que hay una coincidencia a la hora de su  valoración por la mayoría de los medios y por el propio FP y sus mariachis, y es la de compartir con el otro lo de “mejor del mundo”. Casillas, ese esperpento de portero, fue hasta el final el mejor portero del mundo, incluso en sus momentos de autismo más acusados; Ramos, ídem de lienzo. Seguramente, todos esos que lo tienen en tan alta estima y que lo quieren como estandarte del madridismo tengan mucha razón. Sin embargo, admitido que desde un análisis puramente democrático de mayorías Ramos sea un dios del Olimpo encarnado en central infranqueable, servidor humildemente se atreve a afirmar que Ramos es un jugador tóxico deportivamente (y de lo otro ni te cuento), con un principal defecto que ahora FP, estratega de postín, va a hipertrofiar hasta el infinito, que es el de creerse lo que no es: el mejor central del mundo, el mejor tatuado y peinado y el más “porque-yo-lo-valgo”. Si hasta ahora Ramos iba de sobrao sacando culito oteando el horizonte por el campo como una drag queen en su carrocita del orgullo gay, a partir de ahora ni les cuento. Lo que hasta ahora ha sido insoportable yo creo que se va a convertir en número de circo, y casi agradecidos a FP, que eso que ganamos, que ya se sabe que las cosas malas, malas, terminan de tanto serlo por transformarse en tragicómicas, y el sufrimiento, de tanto crecer y no poder hacerlo más, termina en carcajada, y que mal rayo nos parta y de perdidos al río. Y si, además, a su megalomanía de divo hipertrofiado le añadimos sus carencias físicas (fíjense, si no lo han hecho ya, en el coladero que es el muchacho cuando el delantero le entra por su izquierda, y verán un espectáculo de inoperancia y torpe lentitud sólo equiparable a su capacidad para sumergirse en sus lagunas de atención o para excitar los deseos del árbitro de turno para sacar a pasear la tarjeta roja), el futuro se presenta color azabache.

Pues siendo todo eso que se ha descrito  lo que nos merece de opinión esta cruz sevillana que nos ha caído encima –ahora corregida y aumentada–, lo verdaderamente nefasto de su renovación radica en lo que supone como anuncio del estilo de club que FP quiere para el Madrid y que ya estamos hartos de sufrir y denunciar. Porque Ramos renovado a 10 millones al año y hasta los 34 no es sino un mensaje en el que se explica que lo que se quiere como estandarte del que fuera el mejor club del mundo es un individuo que representa un modelo donde se premia la falta de profesionalidad, el tránsito de los caminos del sinsentido, la atención a los resultados a corto plazo, el autoblindaje de quien toma las decisiones y la alabanza a la figuración y al divismo. Con este último disparate tenemos asegurado un vestuario donde cada jugador nuevo que aterrice se una a los demás para entender que el referente es un divo decadente que chantajeó en dos ocasiones al club: la primera de ellas, para que se fuera quien pudo haberlo apartado de esta deriva decrépita para adentrarlo por el camino de la profesionalidad, la seriedad y la meritocracia; la segunda, para ser ahora elevado a referente absoluto y capitán de todo a cien. Ramos es nuestro nuevo Casillas, nuestro nuevo Hierro, nuestro nuevo Raúl; Ramos se ha convertido en la nueva hipoteca del club, en la continuación de la anterior. No se dude que en breve volveremos a sufrir los problemas que nos ha generado Casillas o quizás peores. Debe de ser que a FP le va la marcha. Terminará agotando el interés de buen número de aficionados y socios por su club, quienes, hartos de tanto sufrir a este pelmazo de presidente, terminarán buscando la carcajada en otro pasatiempo.