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LAS DOS CARAS DE LA MONEDA

Aún sobrecogidos por la repugnante barbarie terrorista del pasado viernes en París, recibimos la noticia, hoy domingo noche, de que Francia ha bombardeado ciertos puntos estratégicos en Al Raqa, capital del Estado Islámico (y asesino) en Siria. Si como consecuencia del primer hecho hemos tenido que sufrir la sempiterna monserga, no por más esperada menos asquerosa, de  las huestes populistas de la izquierda, según la cual “vuestras guerras son nuestros muertos” y qué les voy a contar a ustedes que no sepan, no vean la que nos va a caer encima a raíz de la mencionada reacción francesa, la cual ha venido a llevar a efecto lo que acertadísimamente tuiteaba Santiago Abascal con su “Hay que exterminar a todas las ratas del Califato Islámico en sus madrigueras”. Dicho y hecho.

Los apóstoles de la paz, el amor, la alianza de civilizaciones y no sé qué otras palomas blancas más suelen apresurarse en estos casos a decir que no hay que actuar en caliente, que debemos reflexionar y que, con los cadáveres aún por enfriar encima del asfalto, no es buena idea tomar decisiones que puedan suponer una escalada en la violencia, como si una violencia fuera homologable a la otra. A estos que representan las partes pútridamente fofas del tejido social e ideológico de nuestra querida Europa convendría explicarles –sin grandes esperanzas de que vayan a comprender, no se crean– que la acción militar llevada a cabo por el ejército francés esta noche tiene un significado que alcanza mucho más allá del hecho estratégico y puramente militar, y es el mensaje que la mencionada acción transmite a los asesinos y, sobre todo, a los ciudadanos franceses y, por extensión, a todos los europeos: Francia no tiene miedo, Francia no se arredra, Francia planta cara y Francia hace una declaración inequívoca y contundente ante los salvajes. Porque Francia, al contrario que los estúpidos buenistas de turno, parece que ha entendido, por fin, que esto es la guerra. Sólo la aniquilación física total del enemigo terrorista asesino sería una noticia mejor que la de saber que al menos nuestros vecinos Franceses han entendido que ante el terror lo último es arrugarse y ceder. Quienes entendemos las cosas de una manera determinada podemos esta vez asistir a una respuesta a la altura de las circunstancias. El viernes por la noche muchos  dejaron su mensaje de “todos somos Paris” para expresar su solidaridad con las víctimas; yo hoy es cuando creo que hay que decir bien alto “todos somos Francia”; Rajoy, por su parte, con elecciones a la vista, se anda con pies de plomo y tira balones fuera con ese estilo tan  melindrosamente europeo y que tanta grima produce, evitando alinearse con la acción militar francesa apelando tramposamente a posturas de carácter teóricamente irrefutable, y nos suelta su petardo inútil sobre la necesidad de que “hubiera un acuerdo entre las grandes potencias: Rusia, EE.UU. y la Unión Europea”.

A raíz del terrible atentado, estos dos últimos días hemos asistido al clásico discurso de las corrientes de opinión de izquierda, que de manera generalizada han concentrado los esfuerzos de su análisis en delimitar las responsabilidades apuntando, cómo no, a Occidente. Una buena parte de la opinión cree que Occidente, con su actuación en las zonas de conflicto de Oriente Medio, es quien en última instancia es el responsable de la matanza en París. Lo fue Bush en su día, lo es Francia en esta ocasión. Y así, igual que los americanos bien que se buscaron ver su World Trade Center destruido, el gobierno francés habría cavado las tumbas de sus compatriotas parisinos indirectamente por su intervención en Siria. Serían los intereses económicos y geopolíticos de los países occidentales, con los EE.UU. a la cabeza, quienes estarían propiciando toda esta barbarie. Teniendo en cuenta la complejidad del conflicto sirio, el alto nivel de manipulación política y periodística y la limitada información veraz que está al alcance del ciudadano medio, resulta casi imposible dar ninguna carta de validez a tantas opiniones gratuitas de tantos bocazas como se pasean por radios y televisiones, alguno incluso creyéndose un experto en el tema, como el adefesio intelectual ese que fue fascista con Fraga y hoy come del mismo plato que el totalitario de Podemos. 

Y, sin embargo, en este mar de opiniones más o menos fútiles y más o menos ideologizadas –y alguna, rara, presentada de manera estructurada y con aroma de ser autorizada y sin sesgo ideológico–,  no se ha podido escuchar a nadie dirigiendo su análisis al segundo aspecto de toda esta cuestión, aquel que, de carácter permanente, no afecta a lo coyunturalmente político y militar, que es, por su propia esencia, cambiante. Me refiero a la islamización de un Occidente  en decadencia. Sin duda, lo más relevante del atentado no se encuentra en si es la consecuencia o no de la intervención de Francia en Siria o si simplemente es una acción demoníaca de unos fundamentalistas locos, o una mezcla de ambas cosas. Lo más relevante es que quienes lo llevaron a cabo son ciudadanos franceses que, como muchos otros en tantos países europeos, nacieron y crecieron en democracia y libertad. Lo más preocupante de esta cuestión no es el Estado Islámico y sus terroristas, como en su momento no lo fue Al Qaeda y los suyos; lo verdaderamente relevante es que los tenemos dentro, creciendo en número y sin ninguna intención de adaptarse a nuestras costumbres y a nuestra cultura. A veces, incluso, llegando su descaro a anunciar en pancartas por las calles de nuestras capitales eslóganes en los que nos avisan que destruirán nuestra democracia utilizando nuestra democracia. La envergadura de su desfachatez es directamente proporcional a la actitud genuflexa de nuestra cultura occidental, que, desprovista de valores definidos al haber renunciado a aquellos que fueron durante siglos fundamento de su existencia, se ha arrodillado  en su desorden caótico permitiendo que otros enraícen en su suelo, los de aquellos que ejecutan  homosexuales y maltratan a sus mujeres, por ejemplo. Es esta claudicación de nuestra propia identidad lo que nos está llevando a una descomposición lenta que, por indolora, ya ha quedado instalada de manera permanente y destructiva. Por esto, los bombardeos de hoy, teniendo un significado transcendente como se ha apuntado arriba, son insuficientes por su alcance coyuntural. La verdadera guerra, la de profundidad y de largo alcance, está incrustada de manera silente en nuestro propio suelo.

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[ pezuco ] ha dicho:
16-11-2015

 

Que el terrorismo está consiguiendo sus fines no creo que sea discutible. Acabo de escuchar esta mañana que en una cafetería de París explotó una bombilla y la gente que desayunaba en ella se arrojó al suelo, saliendo del local despavoridamente.

En la reivindicación de la matanza parisina del viernes los asesinos terroristas dijeron que los franceses (y occidente en general), tendrán miedo hasta cuando acudan al mercado.  Más que miedo, la gente tiene pánico y ese es el terror de la gente buscado por los terroristas, podemos decir que su primer objetivo lo han cumplido con éxito.

Occidente, la civilización occidental, los que defienden los valores decráticos libres debe unirse y responder a ese terror sin miramientos, contundentemente, allí donde sea necesario. Deben buscar a esas ratas y aniquilarlas, al precio que sea. Si hay que ir a una guerra, o dos o seis que se vaya, cualquier cosa antes de temer sentarse en un café parisino o coger un tren en Atocha.

Y ratas son también los progres que intentan justificar la masacre francesa, a ellos también debería caerles algo, sino bombas, al menos la repulsa de la gente de bien, que les hagan sentirse como la bazofia humana que son cuando salgan a las calles.

 

P.D. ¿Volvemos a ver eso de no a la guerra?. Ya estamos en guerra, una guerra no declarada pero cruel contra el terror. Ojalá la ganemos.

 

[ bipo66 ] ha dicho:
16-11-2015

Como casi todas las personas de bien también yo me he quedado muy tocado con los atentados de París.

Me parece muy adecuada la línea de la entrada y también la del comentario que me precede pero creo que visto lo que nos están contando hay que dar un paso más y modificar las leyes para llegar a derrotarlos totalmente. El ejemplo más claro es lo que se hecho en contra del nazismo. ¿Hay nazis todavía? Pues sí, pero no pueden causar el daño que estos asesinos yihadistas nos están provocando. Tenemos pues un precedente por el que guiarnos, un precedente que ha sido efectivo. ¿Qué es lo que está en juego? En mi opinión, la supervivencia a largo plazo de la civilización occidental y por tanto este derecho se supervivencia debe prevalecer sobre todos los demás. Si es preciso decretar un estado de excepción indefinido, que se haga. Las personas honradas y de bien, nada tenemos que temer de una situación como esa, excepto quizás algunos inconvenientes menores que compensarán, con creces, los beneficios que traerá la erradicación del peligro. 

Y ojo al voto el 20-D. Ya es hora que todos entiendan el peligro que puede suponer quedarse en casa, no digo ya votar al Pablete de los podetes.

Hasta la próxima visita.

[ wh ] ha dicho:
16-11-2015

Estando, como estoy, de acuerdo con el contenido de la entrada de hoy, hay que añadir que este problema, ya enraizado en las sociedades occidentales, no se resuelve sólo con bombardeos, por muy selectivos y precisos que nos digan que son. Será necesario el envío de tropas, como en Iraq y, lo que a mi juicio es aún más importante, del silencioso pero efectivo trabajo de inteligencia para controlar a los de adentro, a los que entran y a los que salen, y a los que los teledirigen desde afuera. Sólo ese  trabajo coordinado de inteligencia de los países occidentales puede comenzar a desactivar las peligrosísimas bombas de relojería que tenemos ya activadas en nuestras naciones.

También habrá que dejar bien claro quiénes son los que sostienen económicamente al Califato y cortar, radicalmente, ese suministro, a toda costa y a todo coste. Políticamente ya sabemos que es complicado, que hay mucha dependencia con los petrodólares, pero si queremos detener realmente la amenaza hay que empezar por ahí, caiga quien caiga y pierda quien pierda poder económico.

Y hay otra cosa que no debemos olvidar y que no es menos importante que las anteriores: la colaboración ciudadana. A ver si la gente entiende de una vez la magnitud del peligro al que nos enfrentamos y esto, que quede claro, no es una llamada al odio (que es lo que hacen ellos), ni al racismo (que también es lo que hacen ellos) es, simplemente, hacer lo mismo que hacen los gobiernos: elevar al máximo el nivel de alerta, no sólo con el islamismo radical sino con los que creen (ingenua o tontamente) que pueden utilizarlo para conseguir sus fines políticos, y me refiero, para que no queden dudas, a podemitas y similares.