El Diccionario de la Lengua Española sí registra la palabra “prepotencia”, que es aquello que afea a las personas que, estando en posición de superioridad, abusan o alardean del poder que se deriva de la misma, presentando discursos en los que la autosuficiencia rezuma hasta la náusea. Y es, precisamente, la prepotencia más rancia y castiza lo que constituye la parte mollar del trilero artículo que Manuel Matamoros escribió hace unos días en un medio de reciente aparición ( http://www.lagalerna.com/cuaderno-de-bitacora/ ).

Cada cual es muy libre de denigrarse hasta donde le parezca publicando  explosiones nucleares de autocomplacencia desbocada hasta el infinito –y más allá, si es preciso–, así que nada le vamos a reprochar al nuevo y bien acomodado –en su grata grada- líder de las letras madridistas cuando reparte elogios a los contenidos del medio que cobija los suyos propios en términos tan humildes y reconfortantes como: “Nuestro editor ha impregnado La Galerna de su propia personalidad. Un componente moral que se traduce en calidad, transversalidad y respeto”  o “La posición editorial no impide que la opinión discrepante tenga su espacio infinito de libre expresión en el debate...” No hay la menor duda de que ante semejantes afirmaciones, y otras que nos abstenemos de añadir porque con estas el empacho nos parece suficiente, quienes nos limitamos a habitar en los humildes espacios terrenales miramos con envidia sana tanto brillo y esplendor, y nos ponemos manos a la obra para intentar parecernos, aunque sólo sea de lejos, a gente de tanta competencia y tanta proporción como Matamoros, Don Manuel. ¿Por qué nos ha privado Don Manuel de su presencia durante tanto tiempo? Dios no puede recompensar, en el Cielo, tamaño egoísmo…aunque quizás, en la Tierra, otro ser superior estimule con generosidad estos loables ejercicios de autocomplacencia.

Sin embargo, parece que al brillante abogado, además, se le ha hecho imprescindible, pero sobre todo didáctico, presentarnos el contraste a tanta perfección y equilibrio como mana de su paraíso, de manera que ha hecho referencia al resto del mundo –el podrido, el oscuro, el de las tinieblas; en definitiva, el nuestro –, que es, según él, el que conforman los medios de comunicación “mercantiles, versión impresa o telemática (… y) aquellos otros amateurs –mal reputados herederos de los otrora conocidos como “underground”- que carentes de los abundantes recursos de los medios convencionales, nada tienen que envidiarles en cuanto a sectarismo ideológico, tosquedad expresiva, y manipulación dogmática de la realidad. No ha sucedido y es impensable que pudiera ocurrir.”

Todo esto, amigos, viene a cuento del asunto de la salida del Real Madrid de Íker Casillas y de cómo han tratado la misma los distintos medios. Y este reparto de bondades y maldades del amigo Matamoros, claro es, no nos suena a melodía tan celestial. Nosotros, MqM, que somos uno de esos medios “amateurs”, venimos fijándonos últimamente con mucha atención en la excelencia de ciertos medios de altura divina, y eso está bien,  pero lo que ahora nos sobrecoge, nos intimida, nos abruma por sobre todas las cosas es el verbo pluscuamperfecto y busca efecto de Don Manuel –coma arriba, coma abajo–. Nuestro objetivo es imitarlos hasta donde nos sea posible y, en esa misma medida,  por lo tanto, como alumnos del maestro quisiéramos no darnos por aludidos por sus admoniciones. Pero, por si acaso, y porque tenemos madera de Robin Hood –aunque feos, católicos y sentimentales– y nos preocupamos mucho por todos los demás, sí nos creemos en la obligación de afear la conducta de esta  Doña Perfecta, porque no vemos nada, pero que nada bien que alguien se erija en el sumo pontífice que decide lo que es sectarismo ideológico, tosquedad expresiva y manipulación dogmática, ni más ni menos, para, claro, endiñárselo a todos los demás así, en plan ecuménico, urbi et orbi. De esta manera, lo que podía haberse limitado a un ejercicio de narcisismo autocomplaciente de toma pan y moja se nos convierte en un estado de prepotencia infinita cuando el amigo se da el lujo de reservar para todos los demás –justo los que no aplauden al ritmo que marca la blanca grada- el detritus y la pestilencia.

Nosotros, con un estilo más tosco y menos brillante, a él lo llamamos por su nombre en vez de andarnos con zarandajas de generalizaciones de carácter nebuloso. Las generalizaciones de este tipo es lo que tienen, que si bien te puedes desmarcar cómodamente de ellas cuando alguien te pide cuentas, presentan la desventaja de que todo el universo al que se hace referencia en ellas se puede dar por aludido y revolverse, como es el caso. Claro que, en realidad, la generalización no es sino una manera de blindarse ante las reacciones posibles y una cómoda manera de decir sin decir y menospreciar sin menospreciar. Aunque en este caso, tan extremo, igual lo que formalmente parece una generalización tiene en realidad pretensiones de ser una literalidad, de forma que todos los medios amateurs, absolutamente todos, son impresentables… excepto los sitios que dan cobijo a Don Manuel.

Sobre este espinoso asunto del blindaje y los enmascaramientos,  nuestro admirado líder madridista nos reserva lo mejor de su refriega más abajo,  en los comentarios a la deposición más maniquea jamás leída en lo que llevamos de siglo XXI –y nos limitamos al madridismo, por supuesto–. ¿Parece difícil superar lo hasta ahora leído? Pues no lo sabemos con exactitud, pero cuando nuestro estimado amigo se pone a pontificar sobre los nicks del mundo madridista underground y sobre su Primavera Blanca, sin duda lo consigue. ¿O no? Pero, en fin, de esto hablaremos en la continuación de este artículo, en la que le recordaremos al conspicuo letrado un par de asuntos que parecen esquivar obstinadamente su memoria, asuntos sobre su inmaculada concepción llamada Primavera Blanca, su Grada de Animación, el origen de todo y el papel de los mundos del madridismo del subsuelo.