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PLATA OLÍMPICA

De entre todos los estímulos educativos que este humilde comentarista ha recibido durante su infancia y juventud de sus progenitores A y B, lo que toda la vida de Dios han sido los padres, recuerdo con nitidez aquellos relacionados con la Grecia clásica. Gran aficionado a la materia, era frecuente que mi padre nos hablara en las sobremesas domingueras de las aventuras de Ulises, del hilo de Ariadna, de Ícaro y Dédalo, de Teseo y el minotauro, de la Roca Tarpeya espartana y, por supuesto, de Olimpia y el ritual de sus juegos, ya saben, la antorcha, la tregua olímpica, la participación exclusivamente masculina y por ahí. La progenie X, Y y Z, o sea, servidor y sus hermanos, escuchábamos esas historias con atención y algo de guasa, porque no entendíamos bien mucha de la simbología de la época y nos divertía eso de que los atletas participaran en pelota, en lugar de apreciar la pureza de una competición sin trampas, aunque Uderzo y Goscinny, tan chovinistas ellos, se encargaran de sugerir lo contrario. 

Las cosas han cambiado mucho. Es posible que, en las sobremesas familiares, se hable más de Belén Esteban, Pablo Iglesias y las rastas podemitas, Cristiano, Messi o el Pokemon Go que de mitología griega o siquiera historia de España. Pero, ojo, que también han cambiado los Juegos y de qué manera. Los ideales olímpicos que el visionario Coubertain quiso recuperar en el cambio de siglo se empezaron a pudrir tan pronto como en 1904, cuando se eligió como sede a la provinciana San Luis por intereses económicos relacionados con el comercio del algodón y donde se vivieron lacerantes episodios del racismo que transpiraba la sociedad americana de la época. Las trampas que hicieron los atletas en esa edición llegan a ser tiernas comparadas con el doping sistemático e inhumano, valga la redundancia, que se practicaba y se practica con el consentimiento e incluso el impulso de ciertos aparatos estatales. Y qué decir de la utilización política de un acontecimiento global, como dicen los cursis. Los boicots a los juegos de Moscú y Los Ángeles o el secuestro y asesinato de los atletas israelíes en Munich dejan en mantillas lo de los nazis en Berlín y la extraordinaria “Olimpia” de Leni Riefenstahl.

Detengámonos por un momento en la parte crematística de la cosa, porque la organización de unos Juegos Olímpicos deja pingües beneficios a una variopinta fauna que incluye a miembros del Comité Olímpico Internacional, prebostes de cadenas de televisión, promotores inmobiliarios, beneficiarios de ayudas y demás patulea, muchas veces en vano. La ciudad de Río de Janeiro fue elegida sede cuando Brasil surfeaba la cresta de la ola. Me pregunto si la decisión habría sido otra si se supiera lo de Dilma y su mariachi y la más que lamentable organización. Hoy, Socchi es una ciudad fantasma y su elección está bajo sospecha. Pero, ¿y las teles? Que levante el dedo quien haya visto una retransmisión de deportes minoritarios tales como tiro con arco, piragüismo, pentathlon moderno, bádminton (antes de Carolina Martín) o curling, ese que consiste en deslizar una piedra sobre el hielo mientras dos esforzados barrenderos se afanan en pulir su recorrido, si no es cada cuatro años con los aros olímpicos en la pantalla. Esta, digamos, desidia de la audiencia contrasta con la extraordinaria voluntad de los practicantes de estos deportes, que en muchos casos cifran su motivación en la búsqueda de la gloria olímpica. Y lo que viene para Tokyo 2020 no deja de llamar la atención: parece que van a incluir en el programa olímpico un deporte de tanta raigambre internacional y proyección como… ¡el béisbol! Será para que Cuba gane una medalla en algo positivo. Ya puestos, que pongan fórmula 1 o motociclismo, que eso sí que genera audiencia. Y, oiga, confieso que yo ya no veo más que el vóley playa, por razones obvias. Y sólo en los resúmenes.

Todo este tinglado se mantiene gracias a la voluntad de los atletas olímpicos, donde, sí, también hay clases. Los Bolt, Gatlin, Gasol, Phelps, Nadal et al sostienen y casi diría que justifican la presencia de los anónimos campeones de doma clásica, canoa canadiense, lucha libre o ping-pong. En España sólo nos enteramos de que tales deportes son olímpicos cuando algún compatriota (con perdón) pierde una medalla y es objeto de todo tipo de críticas, que también manda cojones. “Qué se habrá creído ese inútil”, “A Río con los gastos pagos a bailar la samba”, “Cuatro años para esto” son expresiones que se pueden oír en la barra del bar de la esquina a la hora del desayuno cuando alguno de los nuestros se vuelve a casa. Pero es preciso admitir que a los Juegos Olímpicos van los mejores tras cuatro años de largos esfuerzos y sacrificios, Bolt incluido (aunque el jamaicano gane más, mucho más dinero). Hay una sangrante excepción: muchos de los mejores golfistas se quedaron en casa porque las marcas que les visten no podían permitir que sus muchachos jugaran sin anunciar sus productos en el polo. El dinero no entiende de gloria olímpica.

La gloria olímpica. Ese debería ser el objetivo de los atletas que participan en los Juegos, igual que en la Grecia clásica de las historias paternas. Es triste que se haya dilapidado aquella herencia por el maldito parné, el vil metal, la perra coima o, como dicen nuestros hermanos del otro lado del charco, la plata. Plata olímpica, pero plata al fin.

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[ Galego49 ] ha dicho:
17-08-2016

Esto de las olimpiadas sobre todo en los deportes en que andan los soplagaitas por medio, se parece cada vez más al putrefacto mundo del Fúrbol. El pasado lunes ví la segunda parte del partido entre España y Argentina de basquet y no recuerdo haber visto ningún otro encuentro con más técnicas pitadas en un arbitraje descarado y por lo que leo ayer le hicieron algo parecido a nuestra selección femenina de balonmano. Pero no es de extrañar cuando se adjudican sedes a países como Brasil, Rusia y Qatar, ya que dichas adjudicaciones vuelven a muchos de los miembros de los comites de adjudicación multimillonarios.

[ Pailan ] ha dicho:
16-08-2016

 

Gracias, santagueda, por tu comentario. Desde que el rugby dejó de ser amateur, yo ya no me creo nada de la pureza de ningún deporte, salvo, quizá, la petanca. Esto de los JJOO es un negocio de tal magnitud que es imposible siquiera imaginar las segundas, terceras o cuartas derivadas. Pena que el butano ya no está más que para vestir santos.

Y, oye, ya me contarás de la Sierra da Estrela, uno de los lugares más enxebres del vecino país. Uno es más partidario de la costa, ya sabes, Alentejo, Cabo San Vicente, Vilapraia de Ancora y por ahí, pero tengo en el to-do list esos parajes hermanos de Las Hurdes. Por cierto, ya que estamos con Portugal, a ver si puedes sondear el apetito de nuestros vecinos por alcanzar algún tipo de unión política con España. Ha salido cierto estudio que dice que nada menos que el 76 % de los portugueses son favorables.

Tiene cojones la cosa: unos se quieren ir y otros quieren volver. ¿No podrían hacer alguna encuesta similar en Cuba, Puerto Rico, Dominicana y por ahí?

[ santagueda ] ha dicho:
16-08-2016

¿Pole?

Mucho tiempo sin comentar, pero no sin leeros. Otra joya de nuestro entrañable Pailán, a medio camino entre la denuncia, la tristeza y el relato intimista. No lo puedo evitar, una es gran fan de este blogger.

Yo no estoy viendo nada de las olimpiadas, estoy de viaje por la Sierra de la Estrella portuguesa y el internet aquí es peor que malo. Pero tampoco estoy muy motivada para ello, porque, en cierta manera, no parece que vaya a haber más sorpresas que las truculentas historias que cuentan los medios sensacionalistas de lo que pasa en los aledaños de la competición: que si una piscina verde, que si camas desfondadas, que si ligoteo a muerte en la villa olímpica... En fin, que para dormirse con la luz encendida, casi me quedo leyendo libros del proceso descolonizador de los portugueses en África, que seguro es más interesante que nada de lo que sale en la tele.